sabe que usted puede pasar cuando quiera

homenajes I

Había planeado un fin de semana diferente, ir al campo, un poco de naturaleza, una dosis de aire fresco y puro, comida de la abuela y el calor del hogar.

A diferencia de eso pasó todo el tiempo mirando su cara, una cara venida abajo por los años y por la vida, una cara que reflejaba historias de las más tristes, historias de vida y de muerte.

La anciana clavaba la mirada en los ojos de la muchacha como pidiendo ayuda sin poder pronunciar ni siquiera una palabra. Controlaban su pulso de a ratos, respiración fuerte y ronca, gente y más gente entraba a verla como si fuera un espectáculo, un espectáculo increíble decían y exclamaban: ¡Con lo bien que estaba!

La muchacha quería irse, salir corriendo para no sufrir, entonces en ese momento en que todo pasaba por su cabeza, la profunda cobardía por no poder irse y la tremenda culpa por sentirse egoísta, se arrepentía y pensaba que la anciana lo estaría pasando peor que ella.

La muchacha la miraba a los ojos, a veces cerrados, a veces abiertos, a veces reconociéndola, a veces dormida, miraba a eso ojos que le pedían ayuda, en sonidos incoherentes, en susurros incomprensibles, que sonaban a todo y a nada, a frases inconclusas.

Ante la incertidumbre pasó largos días tratando de descubrir si la anciana prefería la vida, hasta que oyó un sí rotundo, seguido de movimientos que lo reafirmaron aún más. La muchacha se alegró, sonrió y se alejó pensando en la vida y sus infinitas posibilidades.